
Pues bien, me alegro de constatar que el director James Mangold (En la cuerda floja) no se ha sumado a la moda actual de coger un clásico del cine y destrozarlo para hacer un aburrido pestiño con él; sin embargo, bajo mi punto de vista era innecesario volver a rodar la magistral cinta de 1957.
Parece ser que este remake está cosechando buenas críticas, cosa que no me extraña dado el bajo nivel de calidad que están registrando las producciones de Hollywood últimamente. Desde luego, es una opción decente para verla en el cine, se trata de una peli entretenida, con buenas actuaciones y con una historia muy buena, pero a mí no me ha hecho olvidar el clásico en el que está basado.
Y es que Glenn Ford no es uno de mis actores preferidos, pero hay que reconocer que en El tren de... para mí lo borda (a pesar de la cara de bonachón que tenía, todo el rato mantiene una mueca de granuja simpático) y lo hace mucho mejor que el inexpresivo Russell Crowe. En cuanto a Christian Bale, sí parece estar a la altura de las circunstancias y me hizo olvidar la actuación de Van Hefflin.
Por otra parte, el remake es muy respetuoso con el original y se repiten escenas e incluso líneas de diálogos idénticos en ambas cintas. Ahora, eso sí, el trabajo de fotografía y de encuadre me parece mucho más novedoso y artístico en la cinta de los 50.
Mis mayores reparos están en el final, pero claro, no es cuestión de ponerme aquí a destriparles las dos películas. Sólo diré que me quedó con el final antiguo, mucho más corto y menos dramático, lo que hace que te asalten menos dudas sobre la verosimilitud del mismo.
En definitiva, que se trata de una buena película (para el nivel al que estamos acostumbrados últimamente), pero les recomiendo mucho más la cinta del artesano Daves, con un sublime Glenn Ford, que ofreció sin duda una de sus mejores actuaciones. Ah, y en la nueva versión estén atentos a la aparición de un casi irreconocible Peter Fonda como malvado anciano.